jueves, junio 02, 2005

02. De Playmovil y películas abstractas

La primera impresión que me produjo Burdeos fue de un escenario de Playmovil o Lego —ya saben, esos juegos de construcción y representación de lo real mediante los cuales los niños creemos que el trabajo es una aventura y mitificamos el mundo adulto fantaseando con que ser bombero, astronauta, obrero o policía es la mar de divertido... como infantes al fin y al cabo, jugando a la realidad.— En esos juegos, decía, todo está tremendamente ordenado, etiquetado (exhala positivismo un buen juego de esos, ahora lo sé), pero para un espíritu como el mío, ya desde entonces aquejado de “infantilismo revolucionario”, aquellos juguetes eran perfectos pues podía “desconstruir” la realidad —aun sin tener consciencia de ello, claro está. Las construcciones que yo hacía con las piezas rara vez se parecían a la foto de la caja; por el contrario, mi intención solía inclinarse a construir otra cosa, diametralmente opuesta incluso. Ahora bien, cuando establezco el símil entre Bordeaux y el Playmovil o el Lego, quiero indicar que me recordó a aquellos queridos juguetes, sí, pero me remitió sobre todo a La Foto de la Caja...
¿Entienden?
*

En realidad esa primera noche no cruzamos la ciudad, la circunvalamos por el anillo periférico, que a su vez se une con diversas autopistas y carreteras. Todo, como ya dije, tremendamente ordenado: letreros por todos lados (ni siquiera órdenes propiamente dichas —“Recuerde, 50 km”, reza la señal del límite de velocidad), lucecitas parpadeantes que anuncian que hay hombres trabajando, señales para todo y que increíblemente, todos parecen respetar. Aunque aún no tengo contacto con ellos, supongo que los policías aquí no son cosa de juego, porque el respeto a la ley no crece bajo los árboles; se impone a punta de multas o chingadazos, según el caso...
Parece que esa noble institución mexicana conocida como “mordida” (el soborno policial, pues) no es demasiado popular aquí; en contraparte, la aplicación de la ley suele ser bastante laxa —a veces inexistente— en cosas tan importantes y prioritarias como el consumo de drogas blandas en parques y calles. Otra costumbre que en México es común y que aquí parecen ignorar, es la utilización de las plazas como espacio de convivencia, pues al menos en las partes de la ciudad que he recorrido —el centro, el barrio árabe—, así como en los pueblitos cercanos, los zócalos y placitas son planchas de concreto que se utilizan como estacionamiento —aunque, eso sí, con cafecitos y sandwicheries rodeando el lote automotriz. Y una vez a la semana, claro, se convierten en mercados.
*
A veces, al recorrer las pequeñas carreteras locales, me siento como en una película. El paisaje no me resulta ajeno, por el contrario, lo he visto mil veces en no-se-cuántas películas y fotografías; a veces en blanco y negro, a veces a todo color. Lo cierto es que la información visual que he adquirido a través del cine y la televisión no es desdeñable (lo que indica que he pasado muchas horas como zombie frente a la pantalla)... Pero esa información adquirida a través del cine no era Real para mí, porque lo visto en ese momento no es una realidad inmediata a mí, sino una representación de una realidad extraña. Ahora —y quiero decir, ahora que el paisaje aquel ya se hace real ante mí— me pregunto, ¿cuál es mi relación actual con aquella representación de la realidad? Es decir, antes aquella película representaba una realidad para mí ajena; ahora tengo esa realidad ante mí e incido en ella. La película sigue siendo una representación de la realidad y en ese sentido, mi relación con la cinta no ha cambiado; lo que sí ha cambiado es mi relación con esta realidad que antes me era ajena y ahora puedo palpar... (sí, creo que ya enredé todo; intentaré explicarlo más claramente):
Digo que me siento como en una película. Esta es mi realidad inmediata ahora, pero eso no indica que sea mi realidad real (aquella de la cual provengo, de la que me siento parte —en la que participo); aquí no soy yo del todo por la sencilla razón de que una parte importante del “todo” que soy, es aquella integrada por la cotidianidad, por el entorno habitual, por las circunstancias específicas de la sociedad en la que me muevo o vegeto. Aquí estoy “pegado”, transplantado, enajenado de mi realidad habitual; es como si me hubieran recortado de una foto en mi mundo y me pusieran sobre otro fondo, en otro mundo. Yo aquí soy el actor que actúa a quien en verdad soy, porque mi realidad no aparece en esta película y tengo que construirla en cada escena, a cada paso; y lo que es peor, en esta cinta no hay subtítulos... (Por cierto, la otra noche tuve la insana ocurrencia de ver un fragmento de Los puentes de Madison doblada al francés. Siempre he pensado que es una película empalagosamente cursi, pero “oída” en francés la cosa adquiere tintes en verdad apocalípticos —como si los Cuatro Jinetes en persona se volvieran buenos cristianos, cumplieran cabalmente con los Diez Mandamientos y dedicaran sus días a predicar el bien por las Viñas del Señor: he ahí el verdadero Apocalipsis (el fin de todo, incluso del Fin). Por eso, cuando vi la versión francesa de Los puentes de Madison, simple y llanamente, me sentí desfallecer...).
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Pero no —insisto—, no quiero que alguien piense que estoy sufriendo terriblemente (de ninguna manera), tan sólo intento contar algunas de las cosas que pasan por mi cabeza. Ya no estoy en el no-lugar (el aeropuerto), ahora estoy en un lugar concreto pero siendo casi una no-persona. Por un lado, mi absoluto desconocimiento del francés y por otro mi habitual timidez, limitan seriamente mi capacidad de expresión —parte fundamental (o fundacional) de mi ser. Como bien saben, me encanta conversar, discutir, intercambiar ideas así sea a gritos... y aquí no puedo, no sé cómo hacerlo en este idioma que me seduce y repele al mismo tiempo. Su falsa grafía —nunca se pronuncia lo que en verdad está escrito— me confunde confucianamente y redondea mi soledad, pues mi único contacto con esta lengua es a través de la letra impresa: ésa que puedo leer y no pronunciar ni explicarme (primero soy lector). Su sonido, entre nasal y siseante, “aparecere” como un generalizado murmullo ininteligible pero amable, bizarro y dulce, ajeno y muy cercano. Tan cercano que cuando encuentro una palabra que me resulta demasiado extraña, primero pregunto: ¿de dónde proviene? ¿cuál es su raíz? —y me siento como un maldito lingüísta haciendo genealogía de la palabra, arquelogía de la voz viva—... Pero claro que tampoco soy eso, sólo estoy alucinando y disfrazando mi ignorancia con estructuras teóricas de muy, muy bajo nivel...
Lo cierto es que algo leo, y el primer artículo que leí al llegar trataba sobre el imperialismo cultural “americano” (entiéndase USA). A lo largo y ancho del texto un sentimiento que mi ignorancia lingüística confundió con envidia o revanchismo (a fin de cuentas la misma francofonía —y toda la concepción cultural que para los franceses implica— no es más que subproducto del no-sólo-cultural imperialismo francés). En el fondo a los “cultos” intelectuales franceses les caga el hecho de que la cultura de masas dominante provenga de los “incultos” gringos... Bien, pero ¿qué es la cultura, exactamente? La cultura gringa, por inculta que parezca, es una cultura y no otra cosa. No sólo eso; es, en efecto, una cultura industrial, masiva, simplificada para llegar a más consumidores, es cierto; pero por otro lado, siempre hay algo de inculto en toda autoproclamación de verdadera cultura —así como hay “algo” de injusto en proclamarse guardián de la justicia.
Los guardianes de la francofonía se dedican a cuantificar (y denostar) el número de vocablos ingleses o americanos que se utilizan cotidianamente en la Francia de hoy —week-end, fun, parking, cool...—, y olvidan rotundamente la cantidad de palabras que su propio imperialismo cultural ha desperdigado por el mundo entero, desde los sencillos debut, souvenir o matiné, hasta los “sofisticados” rendez-vous o déjà vu...
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Para mi sorpresa varias veces me han preguntado aquí si sé algo de Europa, o si tengo alguna opinión de Francia, o cosas por el estilo. Por desgracia no me alcanzan las palabras para explicarles que a “nosotros” la cultura y la Historia europea nos resultan relativamente cercanas porque somos (también) subproducto de esta cultura y de esta historia —tanto como amerindio y como todo lo demás que se nos ha pegado en el camino—. Ya desde la invasión de los “bárbaros barbados” los asuntos de Europa dejaron de sernos ajenos. Durante todos estos siglos la historia, la cultura, el arte o la política europeas han tenido repercusiones directas en nuestro entorno inmediato, en nuestros respectivos medios. Para la mayoría de nosotros lo europeo es casi un asunto congénito (repito, aún si está soterrado) y es decididamente, un asunto cultural. Tan influyente ha sido para nosotros la Revolución rusa como el impresionismo alemán, la Ilustración como la Segunda guerra mundial, Mozart o la música gitana, el punk inglés y el teatro español, la novela romántica o la poesía abstracta... Nuestros mismos conceptos de Iglesia y Estado los heredamos (así como la lucha contra éstos) de la vieja Europa. Pero los europeos —y generalizo sabiendo que hay excepciones— desconocen todo sobre nuestro continente; de hecho, lo desconocen tanto que para ellos América es un país...
En la guía de televisión, en las descripciones de los programas, leo: telenovela americana, película americana, serie americana; también encuentro un artículo sobre la cultura americana; por cierto, más simplón el texto que la simpleza que intenta “explicar”... A pesar de todo, la vida aquí parece inclinarse también hacia el american way of life, y es que los teóricos del antiamericanismo parecen olvidar que el imperialismo no es una ideología, sino una práctica real, histórica, perpetua; que si no hay un imperio hay otro (no menos imperial, por cierto) y que si bien nos va tenemos que lidiar con imperios diversos —aunque, afortunadamente, ahora que el mundo es “unipolar” ya no tenemos que elegir entre uno u otro, sino entre civilización o choque de civilizaciones... con el subsecuente fin de la historia, claro está.
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En fin, que la historia es demasiado compleja para narrarla en unas pocas cuartillas... Otro día será.

1 Comments:

Blogger joandro said...

Tienes mucha razón con lo de los europeos y el antiamericanismo simplón. En estos sitios el librepensamiento es un deporte de riesgo como dice PIlar Rahola, una periodista catalana. Continúa diciendo que los europeos hacen homenaje a la imbecilidad rindiendo culto al pensamiento único que se impone al pensamiento.

4:06 a.m.  

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